The Low Stakes y el arte de flotar sin filtros: una mirada a “Lala Land”
- Diana

- 16 oct
- 2 Min. de lectura

Hay canciones que se escuchan y otras que se respiran. “Lala Land”, el más reciente lanzamiento de The Low Stakes, pertenece a esa segunda categoría. Es una brisa cálida que entra por la ventana en una tarde sin prisa. Una canción que no exige atención, pero la recompensa si se la das. Y eso, en estos tiempos de ruido y algoritmos, es casi un acto de rebeldía.
Eric Colville y Ann Holbrook no hacen música para sonar bien en playlists. Hacen música para decir algo que no se puede callar. Desde su nombre, una broma seria sobre la importancia relativa de todo esto, hasta su forma de escribir, The Low Stakes se mueve con una mezcla de ternura y descaro que resulta profundamente humana. No hay poses. No hay fórmulas. Solo canciones que se sienten como conversaciones con alguien que ha vivido lo suficiente como para no mentirte.
“Lala Land” no es una canción que se impone. Es una que se posa. Desde los primeros acordes, con guitarras lo-fi que suenan como si vinieran desde el fondo de una memoria feliz, la pieza construye un espacio donde el tiempo se diluye. Las voces, suaves y entrelazadas, no buscan deslumbrar, sino acompañar. Hay algo cinematográfico en su estructura, como si cada compás fuera un plano secuencia de una escena que no necesita palabras.
La letra no narra, evoca. Habla de ese momento posterior al éxtasis, cuando todo se ha dicho, todo se ha sentido, y lo único que queda es estar. Es una canción sobre el abandono, pero no el abandono triste, sino el que libera. El que permite flotar. En ese sentido, “Lala Land” no es solo una canción, es un estado mental. Un lugar al que se llega cerrando los ojos y dejando que la música haga lo suyo.
Lo fascinante de The Low Stakes es cómo logran sostener esta delicadeza sin perder su filo. Porque si bien “Lala Land” es una caricia, su catálogo está lleno de mordidas. Desde la sátira absurda de “#12” hasta la honestidad sin censura de “5 Days Over”, Colville y Holbrook no temen incomodar si eso significa decir la verdad. Pero incluso en su irreverencia hay compasión. No se trata de provocar por provocar, sino de no traicionar lo que sienten.
Esa ética se siente también en cómo se relacionan con su audiencia. No buscan viralidad, buscan conexión. Prefieren una escucha atenta a mil reproducciones distraídas. Y eso se nota en cada detalle de “Lala Land”, una canción que no grita para ser escuchada, pero que se queda contigo mucho después de que termina.
Si sos de los que todavía buscan canciones que no suenen a plantilla, que no tengan miedo de ser suaves o raras o profundamente sinceras, The Low Stakes es una joya esperando ser descubierta. “Lala Land” es una invitación a bajar el ritmo, a dejar de fingir que todo está bien, y simplemente sentir. No es música para todos. Es música para quienes están prestando atención.










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